Chatwin, el nómada mágico

La editorial Sextopiso acaba de publicar con un título que procede del propio autor, Bajo el sol, las cartas -las que se han conservado o autorizado, son bastantes- de Bruce Chatwin (1940-1989). El editor rellena, con fragmentos en prosa, los datos biográficos que hay que saber entre cartas, por lo que el tomo, a la vez que un epistolario, tiene mucho de biografía y de autobiografía indirecta. Chatwin -que murió prematuramente de sida- fue un nómada contemporáneo, culto, atractivo y seductor y un escritor tardío pero brillante y original. Su primer libro, En la Patagonia, se publicó en 1977. Es uno de sus mejores libros, porque no sólo es la historia de un viaje a lugares remotos sino el recuento de una iniciación. Por sus cartas nos enteramos de que trabajaba mucho sus libros y siempre buscaba algo más…

Fue un ser singular, especialista en arte. Lo contrató muy joven la casa Sotheby's de Londres, pero se aburrió de esa vida de ejecutivo. Viajó sin cesar, vendió y compró casas y antes de hacerse escritor lograba subsistir comprando y vendiendo antigüedades que le gustaban. Se casó joven pero siempre vivió bastante lejos de su mujer (en teoría por motivos de trabajo) y parece que desarrolló una clara tendencia homosexual que sin llegar a ser pública -mientras vivió- era cada vez más evidente. Le gustaban las aventuras lejanas y solitarias (recorrer Australia, por ejemplo) pero conocía a muchos famosos de verdad -a Jackie Onassis entre ellos, decía que era la mujer más sofisticada que había conocido- por lo que en su vivir, siempre móvil, se alternan soledades remotas y vida espartana, con fiestas neoyorquinas y parisinas donde el atractivo Chatwin era el centro de la atención de damas y mozos apuestos. Uno de los rasgos más modernos de Chatwin era su permanente insatisfacción y el continuo deseo de no atarse a nada. Cada uno de sus cinco libros (distintos, singulares) es una aventura diferente, desde la Patagonia, pasando por Australia, el mundo rural de Gales, o los negros brasileños de Benín (antes Dahomey) hasta el último, Utz (1988), ambientado en Praga, donde recorre los entresijos de un hombre obsesionado por coleccionar porcelana de Meissen.

El encanto de la amena y sutil prosa de Chatwin, muy fluida en las cartas, es que un tema le lleva a otro y el eje central de la historia -entre novela, viaje y ensayo- se enriquece con múltiples digresiones y apetecibles meandros. Da la sensación de que Chatwin, hombre muy culto sin apenas biblioteca, siempre quiere estar donde no está, y lo que más le seduce es perderse de cuando de cuando con sus amigos y sentirse ilocalizable, como cuando se despidió de Sotheby's con un escueto telegrama que decía (parece broma y no lo era): «¡Me he ido a la Patagonia!». Es justo preguntarse qué hubiera hecho Bruce de vivir más, pero los amados de los dioses mueren jóvenes y él no podía tener vejez. Enterraron sus cenizas en una capilla bizantina del Peloponeso. Y un libro póstumo de artículos (estupendo) marca su ser: Anatomía de la inquietud.